Yukon (Alaska). La última frontera, se lee en las placas de todos los coches de esta lejana tierra de 1,7 millones de Kms cuadrados y sólo 720.000 habitantes, que vivió la fiebre del oro a finales del siglo XIX.
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Fue en el territorio del Yukón, así bautizado por el río que lo recorre (el más largo de Alaska, dividido entre Estados Unidos y Canadá), donde los buscadores de oro hicieron grandes fortunas o lo perdieron todo entre 1896 y 1899, cuando el Yukón era la principal vía de transporte para el metal encontrado en el río Klondike. Parte del Yukón es hoy un tesoro nacional al que llaman “The thirty mile”, desde el lago Laberge al río Teslin, que queda dentro del Klondike Gold Rush Historical Park.
Allí hay dos puntos clave: el distrito histórico de Skagway y la naturaleza de Dyea, ciudad que nació con el boom del oro y murió a la sombra de la vecina Skagway, donde en 1898 había ya varios periódicos, bares, lupanares, una iglesia, casas de juego, almacenes…
“El río de la luz”
Yukón significa “gran río”, y hoy, aunque tiene cierto historial de polución por las minas de oro y las instalaciones militares, el agua sigue estando limpia, de un intenso verde en los días de sol, blanca como la cal en algunas zonas.
Su historia la cuenta Javier Reverte en El río de la luz, inspirado en la trayectoria del buscavidas Jack London por estos vastos territorios. El autor lo recorre en piragua y explica el título de su libro: “Llamé al Amazonas ‘el río de la desolación’.
Ahora, en las orillas salvajes del Yukón, tras doce días navegando a remo sobre sus aguas, pensé que lo más apropiado era llamarle el río de la luz. A cada tramo que recorría, el Yukón me decía: ¡vive!”. Antes de la llegada de los blancos, esta tierra en el sur de Alaska la habitaban los indios chilkoot, chilkat y tagish, todos ellos de la familia tlingit. También ellos bautizaron la ciudad: Skagway es un vocablo derivado del término skagus, como los indios llamaban al viento del Norte, que aquí sopla con fuerza. Y como los americanos son también dados a las imágenes de película, Skagway es el decorado perfecto.
Cruceros de verano
Hasta aquí llegan los cruceros que recorren en verano la ruta del Paso del Interior. Con los turistas, la población pasa de 900 habitantes en invierno a más de 10.000 diarios en época estival. En sus calles los comercios recuerdan la fiebre por el metal dorado. Casas de madera, espectáculos de pistoleros, un antiguo prostíbulo en Broadway Street, The Red Onion, donde regalan una liga roja y negra con la entrada, el Jeff Smith Parlour, viejo salón de copas y juego propiedad del célebre villano Soapy, y la salida de un tren que atraviesa la ruta del Yukón hasta el White Pass, paso de montaña que cobraría enorme importancia durante la llamada Klondike Gold Rush.
El fenómeno se produjo cuando unas cien mil personas viajaron hasta el Yukón entre los años 1897 y 1899. Huían de la depresión económica buscando riqueza en el norte. Vendieron sus granjas, dejaron sus trabajos y se embarcaron en la aventura después de escuchar que el 16 de agosto de 1896 George Carmack y sus dos compañeros indios, Skookum Jim y Dawson Charlie, habían encontrado oro en grandes cantidades en el Klondike. La noticia corrió como un reguero de pólvora tanto en Seattle como en San Francisco, de donde partió la estampida de futuros mineros en julio de 1897.
El viaje era largo y tortuoso. Muy pocos estaban preparados para lo que les esperaba. Llegaban a los puertos de Dyea y Skagway, continuaban por la ruta de Chilkoot o el White Pass, y desde el río Yukón navegaban hasta el Klondike con barcas que ellos mismos fabricaban.
Las autoridades canadienses les obligaban a cargar con la comida de un año. De los cien mil que lo intentaron, sólo entre 30.000 y 40.000 llegaron a su destino.
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Un trozo de historia americana
Javier Reverte recoge en su libro un apunte de Tappan Adney, periodista del Harper’s Illustrated Weekly de Nueva York que viajó con la estampida y anotó en su diario el 21 de agosto de 1897: “El país entero se ha vuelto loco con el asunto del Klondike”. Adney recoge a su vez el testimonio de un ingeniero californiano: “Jamás he visto a la gente actuar como lo hacen aquí. Casi todos han perdido la cabeza. No he visto nunca hombres comportarse de tal modo. No tienen ni la menor idea de adónde van… Vienen de despachos y oficinas, no saben lo que es ascender una montaña con peso sobre los hombros y no están acostumbrados a ninguna tarea dura… Cada hombre va armado con revólveres e incluso fusiles de repetición. Sería una obra de caridad que la Policía Montada del Canadá se las quitase en Dawson City antes de que empiecen a dispararse entre ellos”. Así estaban las cosas en la última frontera.
Algunos mineros descubrieron jugosos depósitos de oro que les hicieron ricos. Pero la mayoría no consiguió su objetivo. La Klondike Gold Rush terminó en 1899, cuando descubrieron oro en Nome (al norte de Alaska, frente a Siberia). Pero aquel trozo de historia ha dejado para la posteridad libros como The call of the wild, de Jack London, y películas como The Gold Rush, de Charlie Chaplin.
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El tren de la fiebre del oro
La White Pass & Yukon Route (www.wpyr.com) fue reconocida como una de las 36 maravillas de la ingeniería civil en 1994, honor que comparte con la Torre Eiffel, la Estatua de la Libertad o el Canal de Panamá.
El reconocimiento le viene por la dificultad de su construcción, desde los desafíos del diseño a las montañas de granito, los acantilados y las complicadísimas condiciones climáticas. Construido en 1898, el tren del milagro se hizo realidad en sólo 26 meses. Con un presupuesto de 10 millones de dólares, los británicos pusieron el dinero, los americanos la ingeniería y los canadienses la mano de obra. Miles de hombres y 450 toneladas de explosivos hicieron posible la creación del “ferrocarril construido con oro”.
El tren sube 900 metros en 32 kilómetros, atraviesa dos túneles y muchos puentes colgantes. Las vistas son inolvidables. Su recorrido total de 177 kilómetros fue completado en julio de 1900, conectando el puerto de Skagway (Alaska) con el noroeste de Canadá. Desde entonces se convirtió en el principal medio de transporte de la zona, sirviendo a la industria minera hasta que suspendió sus operaciones en 1982, cuando el sector de la minería del Yukón colapsó por el bajo precio del mineral.
El tren volvió a la vida en 1988 como una atracción turística que recibe a más de 380.000 pasajeros entre mayo y septiembre, uniendo los 108 kilómetros que separan Skagway de Carcross. El tren fue de vapor hasta 1954, y hoy todavía utiliza vagones antiguos (de 1881), junto a otros cuatro nuevos construidos en 2007, aunque siguiendo el diseño del siglo XIX.
Un consejo para disfrutar de las mejores vistas es sentarse en la parte izquierda del tren, con panorámicas del valle, cascadas y caudalosos ríos. A la derecha, sin embargo, sólo se ve el interior de la montaña. La White Pass & Yukon Route, que también atraviesa pequeños lagos de aguas heladas, es una de las excursiones más populares de Alaska. Imprescindible para quienes viajen al Yukón rememorando la fiebre del oro.
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