Una de las ventajas de navegar por los pequeños afluentes del Amazonas en lugar de seguir la corriente principal es la posibilidad de adentrarse de verdad en el mundo natural del bosque tropical.
Todavía no ha amanecido, pero la selva avisa de que falta poco para que empiece el día. Poco a poco, de forma casi imperceptible, el silencio de la noche se va poblando de sonidos —silbidos, gorjeos, aullidos, ramas que se mueven— que penetran en el camarote del barco y despiertan al viajero. No da pereza salir de la cama y subir a cubierta para disfrutar del espectáculo de la naturaleza saludando al nuevo día.
El Amazonas en realidad es una autopista y sus riberas están completamente alteradas desde hace mucho tiempo. Además, la propia anchura del inmenso río hace que muchas veces uno se encuentre a una cierta distancia de las orillas. Sin embargo, un viaje en barco por algunos de sus tributarios permite entrar en contacto directo con la selva.
Así, basta con salir a cubierta para sentir que todo está al alcance de la mano. No es raro, en las horas tempranas del día, ver grupos de tucanes desayunando tranquilamente los frutos maduros de algún árbol ribereño o escuchar a un mono aullador dominante señalar su territorio con sus gritos.
un sueño viajero
El Amazonas es el río más poderoso y más largo del planeta. Recorrerlo, aunque sólo sea en un corto trecho, es seguir un itinerario más sentimental que geográfico, en el que se transita por el bosque tropical, el mito, la aventura y el descubrimiento personal.
Es un sueño viajero que, aunque se aplace muchas veces, hay que acabar por cumplir. Por eso hay una cierta emoción al subir al barco que permite satisfacer una deuda siempre antigua. El confort no está reñido con la aventura y en la actualidad hay varias compañías que ofrecen cruceros por los afluentes del Amazonas.
El lugar más propicio para este tipo de descubrimientos son los alrededores de Iquitos (Perú). Iquitos es una sorpresa: la ciudad más grande del mundo sin acceso por carretera permite conocer la vida urbana en territorio amazónico. Visitar su barrio flotante, que se adapta a la altura del río según sus crecidas, o deambular por el puerto junto a decenas de barcos atracados, entre el bullicio de gente atareada, es una inmersión inmediata en el mundo amazónico.
En algún momento habrá que tomar un agua de coco helada, de esas que se beben directamente del coco abierto con un par de golpes bien dados con el machete. Iquitos conserva restos de su pasado floreciente, cuando la Amazonia vivía el boom del caucho y la riqueza inmensa circulaba sin pudor por sus calles. La Casa de Fierro, en la Plaza de Armas, diseñada por Eifel, es el mejor ejemplo.
los secretos del bosque
El viaje puede comenzar en este puerto o en la cercana Nauta, justo en el lugar de la confluencia del Marañón con el Ucayali, que da origen al Amazonas. Entre ambos tributarios se extiende la Reserva Nacional Pacaya-Samiria, una inmensa zona protegida con una gran diversidad de fauna y flora, y destino favorito de los amantes de la naturaleza.
Lo bueno empieza al adentrarse por algunos ríos menores. Cualquier madrugada es el comienzo de un día de aventuras. Después del desayuno se inicia un recorrido en lancha que permite navegar por canales estrechos, a veces bajo un dosel de vegetación que da la impresión de adentrarse en la penumbra a pesar de encontrarse bajo el sol tropical. La lancha se acerca a la orilla y es el momento de iniciar una caminata por el bosque, de conocer algunos de sus secretos.
Poco a poco el guía desvela los misterios de la naturaleza: una infusión de hojas de este árbol cura ciertas dolencias, la corteza de este otro sirve para teñir telas, y conviene no acercarse al siguiente por sus espinas afiladísimas. Aquí se ve una fila de hormigas gigantes que transportan su botín al hormiguero y más allá se descubre un gigante de la selva, un árbol de más de 40 metros de altura. De vuelta al barco continúan los descubrimientos de la selva en el comedor, probando la gastronomía local mientras el capitán busca otro lugar propicio para detenerse. Es el momento de probar frutas y pescados desconocidos, de sabores y apariencias insospechados y de nombres que cambian según la zona.
estrellas y luciérnagas
El barco navega entre la vegetación frondosa y el tiempo corre con lentitud en el calor de la tarde. Cuando éste remite es el momento de iniciar otra incursión en el bosque o de visitar alguna comunidad que viva en la zona para aprender de la vida en un medio tan diferente a la ciudad moderna y encontrar piezas de artesanía que tienen la fuerza de las formas que no han variado en siglos. Se vuelve al barco y es el momento de una conversación en cubierta para comentar las experiencias del día.
El sol, cerca del horizonte, parece al rojo vivo. Luego se hunde en el río, se iluminan las nubes y empieza a crecer la noche. Se sabe que es noche cerrada cuando las luciérnagas de los matorrales de la orilla brillan igual que las estrellas. Las conversaciones en cubierta se animan, y los guías cuentan historias de la selva y el río, de buscadores de oro, de los indios de la espesura y de delfines que seducen a las muchachas. En ese momento, con el aire cálido y dulzón acariciando la piel, todas las historias son un camino hacia el interior del mundo amazónico.
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