Según los estudios, viajar en pareja es una lotería. Hay unos que dicen que mejora tu vida sexual y otros que se inclinan por advertirte de que a la vuelta de las vacaciones aumentan los divorcios.
Falta el que explique que te pueden pasar las dos cosas a la vez o consecutivamente. Viajar en pareja tiene sus ventajas: puedes cogerle comida del plato al otro, que siempre ha pedido mejor, puedes hacer cucharita en una de esas noches frías del aire acondicionado que no hay quien apague y puedes jugar al cinquillo. También tiene sus desventajas, que son, básicamente, todo lo demás.
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ELEGIR DESTINO:
Es aquí donde se decide si la cosa va a terminar en luna de miel o en La guerra de los Rose. Si gana el que quiere ir a la playa, el calor, la ropita escasa y ese vago tedio que se apodera de vosotros al tercer día os van a lanzar al uno en los brazos del otro. Si elegís cualquier otra cosa, el regateo, el dolor de pies bajo el sol y esa sensación de quién me mandaría a mí salir de casa que se apodera de vosotros mientras tratáis de averiguar cómo llegar al museo sin preguntar a nadie os va a terminar uniendo en un reconfortante odio mutuo. No tiene más truco.
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VIAJES COMBINADOS:
Elegir un viaje que reúna tirarse en la playa y hacer alguna otra cosa que no sólo implique sacarse arena de aquí y de allá parece, a priori, lo más sabio. Y aun así podría no funcionar. En algún momento tu pareja romperá el encanto y te informará cumplidamente de que “me limpio el &%$% con la gran pirámide de Calakmul y sus cien escalones, yo lo que quiero es tirarme en la playa con un cocoloco”.
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HACER LA MALETA:
“¿De verdad necesitas un litro de acondicionador, las pinzas de alisar el pelo y ese secador industrial?”, “¿de verdad que sólo has traído unos calzoncillos?”.
Hay un lugar, no muy lejos de tu punto de partida, donde te va a tocar arrastrar la maleta de tu novia, que ha planeado un viaje con más cambios de vestuario que Mortadelo.
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HABLAR LAS COSAS:
Es un arte. Si las hablas de menos alimentas un rencor sordo que se va acumulando hasta exteriorizarse en tics irrefrenables o una especie de síndrome de Tourette por lo bajo que estalla en reproches que se remontan muy atrás. Del tipo: “si no te hubieras empeñado en ir a ver al burro que bebe cerveza nada de esto estaría pasando” o del tipo “¡Si no nos hubiera presentado mi prima nada de esto estaría pasando! ¡Qué ganas de volver a casa para partirle la cara a mi prima!”. Hablar las cosas de más es otra trampa. Estresa un poco oír a tu pareja quejándose cada 2,5 minutos periódicos del calor y los mosquitos mientras ignora que el sol brilla para todos.
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BRONCAS ALEATORIAS:
Uno se cansa en los viajes. Estás lejos de casa, arrastras equipajes, no hablan tu idioma, comen diferente y tu estómago es una coctelera que no estaba preparada para este ballet de langostinos y curry sobre un resbaladizo fondo picante. Llegados a ese punto, nada alivia más que gritar aleatoriamente a tu pareja por cosas como “estás ahí parado sin hacer nada”.
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TIMOS:
Los contratiempos del viaje, especialmente las diversas modalidades de estafa, se sobrellevan mejor si consigues encontrar un culpable dentro de la pareja. Un culpable que nunca eres tú.
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AMOR:
“A batallas de amor, campo de plumas”, que escribió Góngora. La mejor parte de viajar en pareja es que todo se puede arreglar con un buen beso. Procura tener una cama o una playa solitaria cerca, porque tanta tensión acumulada sólo tiene una salida natural. Puede que no sea un lecho de plumas, y, sin embargo, todo sabe mejor que en casa.
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COMPRAS:
Cualquier cosa que compre tu pareja se va a sumar al secador, el portátil, las botazas y todo ese montón de ropa por si acaso que castiga tu espalda de sherpa.
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COMIDAS:
La envidia por el plato ajeno ha matado más parejas que las luchas a muerte por el mando a distancia un domingo de resaca. Pedid para compartir y prepárate para un reparto de desigualdades semejantes al del Tratado de Tordesillas. Consuélate pensando que ese chuletón de más que se ha comido de media en unas vacaciones de 7 días va directo a su lorza y no a la tuya. Ver jamón serrano en un pueblo a la orilla del Amazonas y pedirlo cueste lo que cueste es normal, casi un instinto genético.
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RE-CONOCERSE:
Da igual que viváis juntos o que seáis una de esas parejas empalagosas con vocación de siameses: cuando se conoce a alguien de verdad es viajando. O en la cárcel. Ahí es dónde vas a saber cómo reacciona tu pareja en situaciones extremas. Puedes llegar a ver con tus propios ojos cómo le roba un pirulí a un niño a las cuatro de la tarde de un día de restaurantes cerrados. O cómo se tira en marcha de un sofocante tren indio porque ha visto un garito donde venden cerveza fresca. O cómo menea el culo como una batidora porque se lo ha pedido la caribeña que lleva la animación del hotel. Ése es tu chico. Un viaje también es el mejor entorno para descubrir las manías de ella, que resulta que pone el aire acondicionado a tope toda la noche o se muerde las uñas de los pies y tú no sabías nada. También sirve para percibir que le pueden molestar tus pequeñas aficiones, como leerte un periódico entero con el aperitivo o radiografiar escotes.
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AISLARSE O NO:
La mejor manera de hacer de tus vacaciones en el Trópico una refrescante guerra fría es aislarte del mundo y hablar y mirar exclusivamente a tu pareja, comunicándote con ella con susurros y con los demás con gruñidos. No fuerces la claustrofobia y sal al mundo. Tampoco te pases por el otro lado y te conviertas en una de esas parejitas cansinas que hacen grupo con otros lunamieleros y ya no se separan de ellos nunca más en la vida.
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REDES SOCIALES:
Son la forma en la que la naturaleza nos ayuda a descansar un ratito de la pareja.
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VUESTRO PRIMER VIAJE:
Viene siendo más que otra cosa un viaje interior, así que elegid una cama grande y ya está.
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BORRACHERAS:
Su recuerdo animará vuestras rencillas durante años y años. Es casi lo más rentable de un viaje, una fuente inagotable de reproches mutuos sin la que las broncas de pareja se harían sólo a base de argumentos y se acabarían enseguida.
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PLAYAS:
Mirada al horizonte, mirada a la arena, mirada a tu pareja. Saca el libro. Exige una concentración nivel karate kid, pero al final puedes conseguir no mirar los bikinis ajenos. Eso me han contado.
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PACIENCIA:
No importa que estéis perdidos en las orillas del Lago Como bajo una lluvia torrencial y que tu novia, que habla un italiano perfecto, se niegue a preguntarle por dónde se va al único paisano que has visto en tres cuartos de hora. “Es que me da vergüenza”. Todo irá bien, incluso pasarás una pulmonía apacible si consigues pronunciar en un tono calmado el hocus-pocus de las relaciones de pareja: “no te preocupes, churri, si yo te entiendo”.
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PETICIONES DE MANO:
Una cogorza en un restaurante frente al mar, con la brisa meciendo las palmeras, la luna llena reflejándose en el agua, las olas sonando como la canción de M83, el aftersun embotando tus sentidos y ella tan morena. Eso es todo lo que necesita un ser humano antes de lanzarse por el florido sendero de las promesas eternas. Y está muy bien, pero hay alguna posibilidad de que el resto de la relación no vaya a lucir exactamente así ni aunque plantes una palmerita en tu salón.
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